Mi esencia en una pequeña caja de madera pintada a mano.





Repasando con las estrellas un largo camino de recuerdos es recurrente encontrarte, no importa que tan lejos o tan cerca me deslice, con que claridad o nubosidad  los perciba, inevitablemente estás allí. Te recuerdo como el cúmulo de sueños e ideales que perseguir, como la dulce recompensa al final del día duro de trabajo, como el fin único y absoluto. Puedo sentir la fuerza que ejercías en mí, la energía que despertabas con la cual prácticamente nada era imposible. 

A través de los años te fui dejando en el largo camino de recuerdos que a veces olvidaba repasar, en lo profundo de mí -más no en lo irrelevante de mí-. De vez en cuando escarbaba en mi mente y añoraba esos días en que me hacías sentir viva, en los que nada parecía difícil y había ganas de todo. En ocasiones compartía con los otros las grandes aventuras que vivimos y me enorgullecía, incluso del más mínimo detalle; entonces pensaba: ¿Qué habrá pasado?, ¿Porqué te dejé allá al lado de los momentos que no regresarán? Decidí entonces abrir esa pequeña caja negra con flores pintadas a mano que aún conserva el olor natural de la madera que se utilizó para fabricarla, ese olor similar al de las flores más sutiles; puedo asegurar que sentía en las profundidades de mi alma un revolotear bastante peculiar que me hizo reaccionar y darme cuenta de que eras aún más importante de lo que yo misma me atrevía a pronunciar. Empecé a repasar poco a poco los recuerdos materiales que se han mantenido intactos a pesar del transcurrir de los años; lo primero que mis manos tocaron fue un pequeño muñeco de tela negra hecho a mano representando a un indígena zapatista el cual fue un regalo de un amigo entrañable y bastante nómada que me trajo de uno de sus –claro-, múltiples viajes, por un instante viajé a través del tiempo hasta ese momento tierno de reencuentro en el que me convertí en la nueva dueña del tan admirable zapatista. Recobré mi curiosidad y ya de vuelta en la caja de madera  continué reviviendo momentos magníficos por medio de pequeños papeles con notas, filtros de cigarros ya consumidos los cuales están marcados con la hora, la fecha y el vicioso personaje que los fumó, una pequeña tortuga que mueve su cabeza de manera muy simpática, piedras bellas otras comunes, pero todas importantes por alguna razón emotiva; en el fondo yacía un pequeño sobre rotulado con mi nombre en la parte exterior, no pude recordar en ese momento que era lo que contenía o quién me lo había enviado, pero tenía la seguridad de su importancia y entonces  la ansiedad me invadió durante los cinco segundos que tardé en abrir el sobre y encontrarme maravillada con uno de los mejores regalos que he recibido en mi vida; una gran amiga de mi madre la cual vivió parte de su vida en Colombia y con quien compartía cierta ideología, me hizo llegar una fotografía, la cual posteriormente se convirtió en mi favorita; retrata la más natural y bella sonrisa de un hombre vestido en  un saco tipo militar con una boina negra la cual lleva una pequeña estrella al centro – se trata de Ernesto “el Che” Guevara- , sonríe de tal forma que te llena de esperanza, de inocente alegría y una sensación eléctrica que me hace creer que todo es posible; al verlo, volviste a mí, imponente, ineludible e incuestionable, ¡aún existes!, pensé, no estás tan apartada como muchos creen, sigues allí dentro de mí creyendo en lo que creíamos, luchando por lo que luchábamos y llorando por lo que nos entristecía. ¡Qué gran alivio sentí!, por un momento creí que te había borrado, que ya no estabas presente y que era imposible recuperarte, pero ahora lo entiendo, estás allí, más cerca de lo que creo, más viva de lo que percibo. Es el momento de ser lo que fuimos, luchar por lo que creemos, de levantarnos sin miedo y expresar hasta nuestros más absurdos pensamientos. Y entonces nos reencontramos, eres una parte de mí que por un momento se quedó guardada en una pequeña caja de madera; tal vez no eres sólo eso, tal vez eres quien verdaderamente soy. Sé que esa que fui y que ahora toma de la mano a la que soy, nunca más volverá a pertenecer al largo camino de  recuerdos, simplemente porque ese no es su lugar.




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