100 días después
Me sucede con frecuencia, cuando tengo mucho que decir
escribo poco. Me cuesta trabajo organizar las ideas, priorizar y conectarme con
mis emociones, creo que lo último es lo más duro, el sentarme a escribir me
fuerza a ponerme en contacto con lo que siento y a veces es doloroso. Pero en
este escrito no voy a hablar de esto, trataré de enfocarme en la parte más
positiva de esta nueva aventura que comenzó hace 100 días en Suiza. La mudanza
fue toda una odisea, se imaginarán lo que implica dejar toda una vida de
pertenecías atrás, elegir cuáles deben acompañarnos y cuales se quedan y
después encontrar la mejor manera de llevarlas consigo. Es un gran ejercicio
contra el apego material, lo recomiendo aunque no vayan a mudarse al otro lado
del mundo. Finalmente llegamos, con libros bien elegidos, la colección de
Alicia en el País de las Maravillas, calaveras en diversos materiales y la fuerza de Star Wars en sus diferentes
tamaños y presentaciones; además de lo prescindible (ropa, accesorios, zapatos,
etc.).
Con la ayuda de familiares y amigos, la mudanza fue todo un
éxito y en poco tiempo nuestra casa empezó a convertirse en hogar, yo me
encargué –jubilosa- de realizar todas las compras para que así sucediera. Así fue entonces como transcurrieron los
primero días y así mismo las primeras percepciones de este país, su cultura y
su gente. Espero que mis palabras no tomen un sentido “malinchista”, no es mi
intención, intento simplemente enfocarme en lo positivo de la experiencia y
viviendo en un país denominado “perfecto” no es difícil.
En Suiza se hablan oficialmente 4 idiomas: alemán suizo,
francés, italiano y el romanche, la moneda es el Franco Suizo con un tipo de
cambio variable entre los 18.9 y 19.5 pesos por franco, el país tiene una extensión
territorial de 41 285 km² -comparado con
los 247 460 km² que tiene el Estado de
Chihuahua, Suiza es diminuto- y una población total de 7.7 millones de personas
habitando 26 cantones (estados). Es un país caro, carísimo afirmaría, el resto
de Europa evita vacacionar en Suiza por lo elevado de sus precios, obviamente
para quienes viven y trabajan aquí esto es otra historia, el poder adquisitivo
permite vivir con gran calidad y vacacionar por lo menos dos veces por año y no
hablo de vacaciones de 5 días, se toman mínimo dos semanas por vez.
Es un país con una belleza natural imponente, las vistas
desde y hacia Los Alpes, sus lagos, bosques, su arquitectura barroca y medieval
lo convierten en un deleite estético. Un consejo, al visitar las ciudades suizas
no se deben de olvidar de elevar la mirada, las montañas alpinas se levantan
enmarcando la vista, son como la cereza del pastel.
El clima no los detiene
Al vivir aquí, revisar el estado del clima se convierte en
una rutina necesaria para decidir qué ropa vestir, qué zapatos usar, cargar o
no la chamarra, etc. Aprendí inmediatamente –a la mala- a llevar conmigo
siempre un paraguas y que la gente no se detiene por el ¨mal tiempo¨. Por el
contrario, en cada estación hay algo interesante que hacer, escalar montañas
cubiertas de nieve, dar paseo en trineos, nadar en los lagos, hacer senderismo
en otoño para apreciar las tonalidades de amarillos y naranjas, acampar, entre
muchas más.
Un día mi suegra me invitó a caminar en el bosque, y aunque
ella misma aseguró que llovería el plan no se interrumpió, nos acompañaban una
prima política y su bebé de 4 meses de edad en su respectiva carriola a prueba
de agua y todo terreno, a los cinco minutos de empezar nuestro paseo empezó el
aguacero y por un momento pensé que iban
a decidir regresar ya que todavía estábamos cerca de la casa y llevábamos a la
bebé con nosotros, pero por el contrario, la lluvia ni siquiera fue un tema de
plática, caminamos alrededor de una hora y media entre el bosque, la lluvia y
una temperatura de 13 grados aproximadamente. Regresé a casa tiritando y escurriendo
desde los tenis hasta los chones. Sin importar la edad, la gente vive y
disfruta el clima tal y como es, obviamente de no ser así saldrían de su casa
sólo los dos meses al año cuando brilla el sol con intensidad. La lección es:
“no existe mal tiempo, existe ropa inadecuada”. Y vaya que aquí hay ropa,
zapatos, accesorios, chamarras etc. para cualquier clima.
Yo vivo sin carro
Acostumbrada a la facilidad de manejar constantemente un
vehículo me he enfrentado a la vida a pie llueve, truene o relampagueé. En este
país la mayoría de las personas se mueven diariamente utilizando el transporte
público, hay de todos tipos, camiones, bicicletas, tranvías, trenes,
teleféricos, con una puntualidad rigurosa, un servicio de alta calidad y una
limpieza envidiable. Se puede llegar prácticamente a cualquier lado utilizando
el transporte público y esto no es una casualidad, el país está diseñado con
esta finalidad, incluso las leyes castigan con impuestos muy altos el poseer y
utilizar un vehículo, las ciudades están diseñadas principalmente para el
transeúnte y el transporte colectivo. Como dicen: “El país desarrollado no es
aquél donde el pobre tiene auto, es aquél donde el rico usa el transporte
público”.
Así que ya me verán yendo al mandado con mi bolsa con
rueditas, cargada hasta los dientes, caminando con la lengua de fuera y el
dolor de una espalda poco acostumbrada a la carga. Espero algún día tener la
condición de las mujeres europeas y por
lo menos animarme a usar la bicicleta.
La calidad de vida vista a través de las minorías
Aún recuerdo mi cara de asombro al ver como una persona
parapléjica subía sola y sin ayuda alguna al autobús para después bajarse en el
centro de la ciudad e ir de compras. Me costó trabajo entender como nadie lo
acompañaba, cómo llegaría hasta la tienda, cómo pagaría y aún tengo miles de
preguntas sin respuesta, pero la realidad es que aquí las personas con
capacidades diferentes tienen una vida real, se mueven de manera independiente,
trabajan, estudian, se van de vacaciones, de paseo, como cualquiera de
nosotros. Desde mi punto de vista, la verdadera calidad de vida de los países
se debe de medir de acuerdo a la calidad de vida que tienen las minorías y por
minoría me refiero a gente con enfermedades incapacitantes mental o
físicamente, inmigrantes, adictos, desempleados, minorías religiosas,
lingüísticas, de orientación sexual, las cuales, generalmente sufren de
marginación. Creo que para cualquiera de estas personas no debe de existir
mejor sensación que la de vivir con independencia, de ser autosuficientes y
cada día compruebo como este país ha tratado de incluirlos a todos y si aún no
lo logra, va construyendo un excelente camino. Una amiga trabaja como
acompañante de personas con autismo, dependiendo del grado de su enfermedad,
algunas viven solas y otras en casas comunitarias especiales, una vez a la semana,
especialistas como ella acompañan a estas personas a dar un paseo, cocinan
juntas, se sientan a charlar en el parque, van a nadar, es decir, realizan
actividades que les permiten llevar una vida regular, son personas
prácticamente independientes que trabajan en lugares especiales adaptados a sus
características y esto es lo que yo llamo verdadera inclusión. Como éste podría
poner muchos más ejemplos, mi capacidad de asombro es puesta a prueba cada vez
que averiguo algo más sobre los programas del estado dirigidos a las minorías y
cómo integra oficinas funcionales que promueven soluciones reales. Mis vecinos
del lado derecho son una oficina de trabajo social que apoya a adictos en
recuperación, cuando hay buen tiempo, se sientan en la terraza a beber café y
platicar sobre su situación, en algunos casos particulares el estado le
proporciona determinado tipo de drogas a las personas para que puedan
sobrellevar la adicción, se les ayuda a buscar trabajo, a reincorporarse a la
sociedad, sin duda el trabajo social aquí es un ejemplo.
Es tiempo de dejar la chamarra en casa
En países como este, donde el invierno pega con fuerza y es
prolongado, la llegada del verano es todo un acontecimiento. Es muy simpático
cuando por las tardes el sol decide asomarse un rato y al instante, cientos de
personas se sientan en las terrazas de los restaurantes, cafés o sus propias
casas para tomar una cerveza, un café o hasta una nieve aunque la temperatura
todavía marque unos 15 grados. La salida del sol y la llegada de los días
cálidos cambia la rutina suiza, los viernes por la tarde, si hay buen clima,
los empleados pueden salir temprano para disfrutar la tarde, ciertos
restaurantes, tiendas, hoteles, cierran hasta por cinco semanas anunciando
mediante letreros en sus puertas que se toman vacaciones de verano. Es el
tiempo para salir y disfrutar de la naturaleza y en la mayoría de los casos,
para viajar.
En la ciudad de San Galo, donde ahora vivo, hay un lugar
llamado los Tres Lagos (Drei Weieren) se ubica a orillas del bosque y cuenta
con tres lagos abiertos para recibir a los entusiastas suizos que quieren
disfrutar del sol. En los días soleados y cálidos, ¡es aquello todo un evento!
Después de cumplir con las horas laborales, personas de todas las edades acuden
a este bello lugar en medio de la ciudad para tomar el sol, nadar, asar carne,
leer, simplemente aprovechar el clima y la naturaleza, la mayor ventaja es que
el día es muy largo, el sol empieza su
retirada alrededor de las nueve y media de la noche, así que hay suficiente
tiempo para disfrutar. Cabe destacar que en los días más calurosos el agua de
estos lagos tiene una temperatura máxima tal vez de 22 grados, así que yo me
limito a observar como disfrutan del agua y mantengo mi temperatura corporal.
Para alguien que viene del desierto como es mi caso, el
bosque, el agua, las flores, me imponen su belleza, pero a la vez el clima me confunde,
ya tengo esta rutina de checar la temperatura y el pronóstico del tiempo como
mínimo tres veces al día, pero la primera vez que mi celular marcó 26 grados
centígrados pensé que era el día para usar shorts y sandalias y ¡no me
equivoqué! Esos 26 grados se traducen en 35 de Chihuahua por el grado de
humedad que hay aquí, es un calor tipo playero que te mantiene sudando, la
ventaja es que a la sombra de los árboles el aire siempre es refrescante. De
ahora en adelante, a partir de los 20 grados visto pantalones cortos.
Es el tiempo para dejar la chamarra en casa ( por lo
general, pero no aplica para una mexicana friolenta como yo) pero nunca el
paraguas, como comenté antes, aprendí a la mala que siempre hay que llevarlo
consigo.
Voy a checar mi agenda
Los suizos no pueden vivir sin su agenda, debo confesar que
la idea de utilizar la agenda de mi celular para añadir eventos personales como
ir a tomar un café con una amiga o festejar el cumpleaños de alguien nunca fue
mi rutina, claro, tampoco es común que en México las personas nos organicemos un
mes antes para tomar un café, pero ahora lo es, tiene que serlo, aquí todo está
“agendado” con mucha anticipación y lo más increíble es que no hace falta
confirmar un día u horas antes, la gente realmente se presenta y a tiempo. Mi
primera experiencia fue al quedar con una amiga para ir a beber algo, acordamos
la fecha y hora más o menos con diez días de anticipación, al llegar la fecha
tenía la sensación de que ella lo podría haber olvidado, que tal vez cambió de
parecer o le surgió algo más que hacer. Decidí enviar un whatsapp algunas horas
antes para confirmar, causé un poco de sorpresa en ella y la cita seguía en
pie. Y esto que comento es la regularidad, mi cualidad favorita de las personas
en este país es la puntualidad y su formalidad, si te dicen: “hacemos algo el
fin de semana” significa que: ¡vamos a
hacer algo el fin de semana! No es una mera cortesía o la expresión de un deseo
que no se cumplirá, es decretar, así sin más.
He aprendido a usar mi agenda y aún me siento muy
interesante cuando alguien me invita a algún lugar y le debo decir: “espera,
tengo que revisar mi agenda”.
Al grano
Desconozco si es una característica de México, especialmente
de sus mujeres, pero nuestra incapacidad de ir al grano y decir las cosas como
son es notable, hablo también por mí, todavía no puedo dominar el arte de la
sinceridad total y no me refiero a ser hipócrita o algo similar, me refiero a
la incapacidad para responder un amable pero firme “no” a alguna invitación. Me
darán la razón, en México, específicamente en Chihuahua cuando alguien nos
invita a su fiesta de cumpleaños, a un café, a caminar por el centro, etc. y no
queremos ir, inventamos una justificación similar a la que dan los estudiantes
cuando olvidan la tarea: “atropellaron a mi abuelita”, “no encontré las llaves
del carro”, “ se me ponchó una llanta”. ¿Por qué no podemos simplemente decir
que no queremos?
Desde que llegué a Suiza decidí que no me tomaría nada
personal ya que desconozco las costumbres y no quiero mal interpretar nada,
pero sí me tomó por sorpresa el hecho de que alguien respondiera a una
invitación espontánea a cenar: “no, no voy a ir con ustedes, no tengo ganas y
prefiero quedarme en casa, ¡qué se diviertan!” Así, sin más, directo y sin escalas
y lo mejor es que nadie se ofende, no se hieren los sentimientos ni nadie
muere. Aún no domino este arte, siento que ofendería a las personas si soy tan
directa, sin embargo entiendo que aquí es una ofensa y falta de respeto el
mentir y que te agarren con las manos en la masa, eso sí generaría molestia y
con ¡clara razón! ¿qué pasó? Según recuerdo, con la fábula de “Pedro y el Lobo”
aprendí a no mentir. Sigo trabajando en ello.
¡El correo!
Reconozco que tengo algunos gustos chapados a la antigua –o
como ahora les llaman, Vintage- pero algo que realmente disfruto es revisar
diariamente nuestro buzón, me emociona recibir una postal, una carta –todo
escrito a mano-, ¡un regalo! Como el día de mi cumpleaños y esto se debe a que
el sistema postal en Suiza funciona con gran velocidad, seguridad y precisión.
Hemos recibido hasta tarjetas deseándonos lo mejor por nuestra boda acompañadas
de dinero en efectivo.
Un día fui a una tienda a comprar unas vasijas de barro para
guardar el ajo y las cebollas, son especiales para que se conserven mejor, no
había en existencia en la tienda y me preguntaron que si quería ordenarlas,
accedí, llené un formato con mi dirección entre otros datos personales y lo
entregué a la vendedora preguntándole al mismo tiempo si debía pagar los
artículos, me respondió que no, que al recibir la mercancía recibiría también
la factura para hacer el pago. Con la inseguridad que me da hacer todo hablando
alemán, pensé que había entendido mal y decidí que esperaría hasta recibir ya
sea la nota de pago o los artículos. Cuatro días después llegó a mi casa una
caja con las vasijas que ordené y una factura para realizar el pago, ¿notaron lo
que acabo de escribir? ¡recibí mi pedido antes de pagarlo!
El servicio postal se usa prácticamente para todo, envié por
correo convencional mi curriculum, una carta de intenciones y copia de mis
diplomas para solicitar trabajo, así mismo me enviaron mi contrato para
firmarlo y reenviarlo de la misma manera, me la paso buscando una excusa para
ir a las oficinas postales y enviar algo y espero con ilusión cada mañana
encontrar algo en mi buzón, pueden enviarme su dirección para mandarles una
postal ¡me harían muy feliz!
Esto es sólo un pedacito de lo que he vivido y aprendido en
estos cien días, se dice fácil, pero nunca es sencillo vivir fuera de nuestra
zona de confort. Agradezco enormemente a las personas que han intentado hacerme
esta aventura más llevadera (desgraciadamente no entenderán esta dedicatoria), a
mi esposo –aún me siento rara llamándolo así- él me pregunta constantemente si
soy feliz, aún no se cual es la respuesta más honesta, sé que estoy bien, me
siento bien, disfruto la maravillosa oportunidad que tengo de vivir aquí, pero
también reconozco que existe un hueco que no se llena ni con la montaña más
grande o el bosque más extenso. Amo mi país, su cultura, su gente, a mi gente que
siempre me acompaña, no quiero sonar negativa, pero creo que ese hueco nunca se
llenará y tampoco creo que esté mal que así sea. Así que mi respuesta es: Soy una mujer feliz con un hueco.
Tras todos estos argumentos que tal vez se pueden sólo
considerar percepciones, concluyo que, a pesar de su cuasi perfección, este
país sigue en desventaja porque no tiene tacos.
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