Mi historia y la de muchas

Quiero empezar aclarando que este texto no tiene como intención iniciar una “cacería de brujas”, de buscar culpables ni de despertar el morbo de quien lo lea; es muy difícil escribir sobre mis experiencias personales sin involucrar a otras personas, por lo tanto evitaré usar nombres o información muy específica. No intento imponer que es lo correcto y que no lo es, mi objetivo es reflexionar sobre el papel social tan importante que tenemos y – en el mejor de los casos- tratar de modificar todo aquello que no sea saludable para nuestra sociedad. Creo firmemente que el hablar sobre aquello que nos incomoda es el primer paso en la búsqueda de soluciones.

Nací en una familia tradicional y conservadora, los primeros años de mi vida aprendí a través del ejemplo los roles femeninos y masculinos dentro de una familia, mi madre se dedicaba al hogar y al cuidado de nosotros y mi padre proveía.
Desde que era niña sabía que yo no tenía permiso para quedarme a dormir en casas de mis amigas, vecinas o compañeras de escuela, una excepción eran mis abuelas y esporádicamente con mis primas. Como niña nunca me cuestioné esta decisión de mis padres, cuando era un poco mayor escuché por primera vez la historia que me contó mi madre sobre alguien muy cercano a nosotras quien vivió una terrible experiencia cuando un miembro de su familia intentó abusar sexualmente de ella y creo que fue cuando pude relacionar un poco el temor que tenía mi mamá de que yo pasara por lo mismo, así que no hubo pijamadas con amigas para mí. Pensándolo bien, tal vez es una de las razones por las que me enseñaron a salir vestida del baño después de bañarme y a no andar en ropa interior ni en mi propia casa, a cuidar de mi cuerpo como si estuviera siempre amenazado por algún peligro.

Una vez caminando de la papelería más cercana rumbo mi casa –a unas 3 cuadras aproximadamente- un hombre con una abrigo largo se nos aproximó a mí y a una amiga y nos preguntó si queríamos ver su miembro, claro que lo hizo usando otro lenguaje, las dos corrimos como locas a la casa, asustadas, pálidas y sin entender realmente porqué alguien querría hacer algo así ni los riegos que corríamos.
Tuve la fortuna de vivir en esa época en donde los niños todavía podíamos jugar en la calle, pasaba horas fuera de mi casa andando en bicicleta, jugando “bote volado” y pasando el tiempo con mis vecinos, un día estábamos jugando exactamente fuera de la cochera de mi casa cuando pasó un carro con tres jóvenes a bordo, uno de ellos sacó su mano al pasar a mi lado y me dio una nalgada,  me asusté, me enojé y por alguna extraña razón me sentí un poco avergonzada, como si hubiera sido mi culpa y tuviera que esconderlo, entonces aprendí que siempre debía de cuidar quien me rodeaba, debía de estar atenta en todo momento porque “los hombres a veces hacen esas cosas” como lo dijo mi vecina.

Cuando estudiaba la secundaria, teníamos un receso para ir a comprar algo de comer a la cafetería, normalmente se hacía una gran bola de estudiantes hambrientos que llegaban al mismo tiempo para comprar algo y eso era de todos los días, pero en una ocasión yo estaba dentro de esa muchedumbre de adolescentes,  vestía el uniforme de la escuela que consistía en un “jumper”, es decir, un tipo de vestido, y –por fortuna- como ya era mi costumbre, usaba un short (pantalón corto) debajo porque los niños a veces se ponían debajo de la escalera para vernos la ropa interior al pasar por allí, cuando de pronto, sentí que alguien metió su mano entre mis piernas -creo que es la primera vez en toda mi vida que le cuento esto a alguien- Estoy haciendo un gran esfuerzo por expresar con palabras lo que sentí en ese momento, fue algo parecido a aquella vez en que me nalguearon en la calle pero en una proporción mucho mayor, me sentí sucia, violentada, terriblemente sola y angustiada de que volviera a suceder y de que alguien se enterara. No fue mi culpa, no estaba haciendo nada fuera de la normalidad, no vestía provocativamente, ¡no lo provoqué! y aún así me sentí avergonzada, culpable y decidí callarlo. Como se podrán imaginar, tenía mucho miedo de volver a estar en esa situación, así que por las siguientes semanas evité comprar durante el receso, esperaba pacientemente a que hubiera menos gente a pesar de que eso significara que no tendría suficiente tiempo para comer o que llegaría tarde a la siguiente clase. Nunca pasó por mi mente denunciar el hecho ante mis maestros o la autoridad escolar, tenía demasiada vergüenza y no conocía al responsable.

Conforme fui creciendo, escuchaba estas frases como: “los hombres así son”, “los hombres no se pueden controlar” “tienen necesidades” “lo único que ellos quieren es acostarse con alguien” “si te acuestas con alguien antes de casarte nadie te va a querer” “tienes que darte a respetar porque si no te vas a quedar sola” entre muchas otras que lo único que me provocaron fue esta idea de que debía de estar a la defensiva y cuidándome todo el tiempo porque yo no sabia cuando podía pasar algo.
Recuerdo que un día iba en un carro con una de mis primas y sus amigos y amigas, ellos eran mayores que yo y me sentía toda una adulta pasando tiempo con ellos, a mi lado iba un amigo muy cercano de ella, al principio yo no me di cuenta de que pasaba, pero él estaba buscando algo que se le había caído en el pequeño espacio que quedaba entre nosotros, yo sólo sentí que él metía sus manos muy cerca de mí  y reaccioné con un impulso quitándole las manos de allí y haciéndolo bruscamente a un lado, lo que sentí es que estaba en peligro, que me iba a “manosear”, el pobre hombre estaba muy sorprendido preguntándome qué me pasaba, que si estaba bien, que él sólo estaba tratando de sacar algo que se cayó y me sentí muy avergonzada por haber pensado tan mal de él. Al mismo tiempo comprendí que estaba a la defensiva, que veía a los hombres como un peligro latente.

Tanto en mi familia materna como en la paterna crecí viendo como mujeres fuertes sacaron adelante solas –no necesariamente por elección- a sus hijos, pero también aprendí la facilidad con la que los hombres “desaparecen” y evaden las responsabilidades emocionales y económicas que tienen para con sus hijos. Lamentablemente no hablo de un caso aislado, son recurrentes y a pesar de que existan leyes que protegen tanto a las mujeres como a sus hijos, su aplicación deja mucho que desear, entonces, de alguna manera, en nuestra cultura aprendemos que los hijos son una responsabilidad de las mujeres y en esto incluyo también la prevención del embarazo, tema que da para mucho más pero que por ahora, dejaré de lado.

Llegaron mis años de juventud y tuve mi primer novio, tuvimos una relación muy larga, de un poco más de ocho años, él fue educado por una madre feminista y un padre socialista en un entorno familiar completamente distinto al mío, en ese entonces nuestros padres estaban ya divorciados y nuestras madres se habían encargado de sacar adelante a sus hijos solas. Creo que hasta hoy nunca le he agradecido todo lo que aprendí de él, me cambió la vida, me hizo sentir valiosa, inteligente, capaz de tener opiniones y de expresarlas, me hizo entender que soy mucho más que un cuerpo femenino, que tengo derechos y el poder der ser quien realmente quiero ser –¡Muchas gracias Iván!-  Tuvimos una relación poco usual, nuestros roles no eran los de una pareja tradicional, era algo completamente diferente para mí, tenía un compañero que me “permitía” ser quien yo era y aún así me quería. A su lado viví una de las mejores épocas de mi vida, conocí mucha gente muy interesante, inteligente, comprometida, pero principalmente distinta a la gente de la que comúnmente me rodeaba. Nos unimos a un grupo de jóvenes con los cuales organizábamos marchas, “performance”, manifestaciones, talleres, grupos de discusión. Tomé mi primer taller sobre democracia y feminismo. Tuve la fortuna de convivir con un grupo de madres llamadas “Mujeres de Negro”, mujeres que perdieron a sus hijas en manos de la violencia, las encontraron asesinadas, tiradas en el desierto de Ciudad Juárez, violadas, torturadas; pude ver de cerca el gran dolor que siente una madre al perder a un hijo, sus miradas constantemente entristecidas, nubladas, sus manos llenas de impotencia y también fui testigo de la cobardía e indiferencia de nuestros gobernantes. Recuerdo específicamente una tarde en la que marchamos por las principales calles de Chihuahua pidiendo justicia por los feminicidios en Ciudad Juárez, llegamos hasta el Palacio de Gobierno donde permanecería la manifestación, en ese mismo instante abandonaba el edificio el gobernador Patricio Martínez –a quien la indiferencia de algunos ciudadanos lo llevó posteriormente a ser Senador- Una de las “Mujeres de Negro” se pudo acercar a él, le mostró llorando la fotografía de su hija desaparecida  y le exigió justicia a lo que él respondió en un tono burlón y cantando con una sonrisa en la cara “Ni una más, ni una más” mientras movía sus manos como un payaso. Así es como se vive de primera mano la indiferencia, la insensibilidad y la desvergüenza de los dirigentes de un país en el que mueren 10 mujeres cada día.

Tuve el privilegio de andar poco en transporte público, mi madre y mi hermana se aseguraban de fungir como choferes y al mismo tiempo de mantenerme segura, desgraciadamente al usar el autobús, metro, taxi, etc. las mujeres estamos expuestas a la violencia en un grado mucho mayor y no se diga al andar a pie, es una lástima que sea prácticamente imposible caminar de una lado a otro sin sentirse vulnerable, observada, hostigada.  Les pueden parecer pequeñeces, tonterías, pero el hostigamiento en la vía pública es terrible, muy molesto y hasta violento.

También fui testigo de cómo una linda cara y un cuerpo bien formado te pueden ayudar a salir con la tuya en una sociedad machista cuando la inteligencia no es tu mayor atributo, aclaro que no estoy hablando de mí, nunca tuve un cuerpo bien formado así que tuve que ponerme a estudiar y tratar de ser entonces de las “listas” porque la más atractiva no era. Recuerdo que en la universidad confronté a un profesor porque sus calificaciones eran muy injustas, siempre favorecían a cierta/s personas bastante atractivas y era bastante evidente, fui a hablar con él a su oficina para pedirle una explicación sobre mi calificación final y por supuesto que no logré nada más que avergonzarme a mí misma al llorar de impotencia y frustración.

Desgraciadamente también he reproducido muchas veces los patrones que tanto he criticado, me enfoqué tanto en no repetir los roles femeninos que me habían educado que terminé comportándote como una mujer “machista”. Me sentía superior por tener mayores ingresos económicos y los beneficios que eso me otorgaban en una relación con un hombre que no entendía la masculinidad de la misma forma que otros, me convertí un poco en el “hombre de la casa”, la que manda, ordena, dirige, provee, pero no es parte de un equipo. Después de que mi relación terminara tuve que hacer un trabajo interno para entender que me esforcé tanto por no ser una ama de casa abnegada que me convertí en el marido machista. No es fácil ver las cosas en retrospectiva, pero aceptar nuestros errores debe de ser una de las premisas del crecimiento.

Durante muchos años tomé una postura muy peculiar ante los hombres, me hacía pasar por “tonta” para ser aceptada. Voy a tratar de explicarlo mejor, me di cuenta de que a muchos hombres no les interesa la opinión de una mujer porque la consideran irrelevante y un poco tonta, las mujeres pertenecen a la cocina, son buenas para cocinar y planchar pero no para discutir las noticias o para pedirles su opinión, entonces, inconscientemente empecé a hacerme la tonta e ignorante para ser aceptada, aún y cuando yo sabía la respuesta de algunas preguntas, tendía a preguntárselas a los hombres para que me “iluminaran” con su sabiduría y así entrar en la categoría de una mujer aceptable. A veces me percataba de que fingía no saber cosas o saber hacer cosas para que los hombres las hicieran por mi y se sintieran bien con ellos mismos, aún y cuando yo quedara como incapaz. Era algo inconsciente, yo lo que quería era aceptación, cariño y lo obtenía con mayor facilidad siendo “tonta”. A algunos hombres no les gustan las mujeres con opiniones, que sepan más que ellos, que tengan un grado académico más alto o un puesto laboral mejor y por algún tiempo jugué ese rol para obtener su aprobación, lo hacía con los hombres que más me importaban, aún tengo que luchar a veces conmigo misma para no caer en ese juego, a veces tengo que confrontarme y detenerme para no repetir roles que aprendí y con los cuáles no estoy de acuerdo, es un trabajo diario y constante.

Laboralmente he sido muy afortunada, he trabajado con hombres y mujeres que me valoran, que creen en mí y que me han dado valiosas oportunidades que hasta hoy agradezco, nunca he padecido acoso sexual en el trabajo, ni insinuaciones sexuales por parte mis jefes, sin embargo recuerdo una ocasión en la que un compañero de trabajo decidió comportarse como todo un imbécil y empezó a alburearme en un tono muy soez enfrente de mis alumnos mientras nos encontrábamos fuera de clase, ni siquiera quiero repetir la escena, sólo diré que empezó a jugar con el doble sentido de una frase que yo dije y la convirtió en todo un monólogo muy vulgar y de mal gusto haciendo alusión a mis “habilidades manuales”, llegó a tal punto que lo confronté y le pregunté por qué se sentía con el derecho de hablarme así, como no le dio importancia a mi molestia y continúo diciendo estupideces, uno de mis compañeros profesores intervino y lo calló, por supuesto al sentirse  amenazado por un hombre, no dudó en bajarle a su tono, aunque nunca se disculpó. Al siguiente día hablé con la autoridad escolar y le dije lo que había sucedido, no se trataba sólo de mí, se había evidenciado como todo un hombre irrespetuoso y vulgar enfrente de los y las alumnas. El director me aseguró que hablaría con él y creo que puedo adivinar (o saber, por una fuerte cercana) lo que le dijo (una disculpa anticipada por el lenguaje): “No la chingues wey, ten más cuidado, no hagas esas pendejadas enfrente de los chavos” Y allí terminó todo. Cabe destacar que ese mismo individuo que fue inapropiado e irrespetuoso conmigo tiene fama de acosador, se han levantado algunas quejas en su contra y nunca ha pasado nada.

Por lo general he sido una mujer adulta que confronta los problemas, que cuestiona aunque sea incómodo, que habla de temas que no se hablan, que discute sus puntos de vista e intenta no quedarse callada. He perdido amistades por evidenciar lo que no se debe evidenciar en una sociedad con doble moral, sé que a veces incomodo y empujo demasiado. Pero también soy una mujer que fue educada en una familia conservadora a la que le ha costado mucho entender qué quiere y qué no quiere ser, he cuestionado profundamente los valores en los que fui educada y  la mayor parte del tiempo siento que no pertenezco a esa sociedad y en otras me veo repitiendo patrones aprendidos y que rechazo.

Hace cuatro años que vivo fuera de México y me ha abierto los ojos y la mente a lo que en temas de masculinidad se refiere, he visto una forma diferente de ser hombre, una forma en la que se parte de la idea de que las mujeres tenemos los mismos derechos que ellos, pero más allá de eso, una manera de relacionarse con las mujeres completamente diferente a lo que yo conocía, por las calles suizas no se escucha un silbido o un “piropo” inapropiado, no hay miradas lascivas, ni acercamientos corporales indeseados, no hay morbosidad en la apreciación del cuerpo ni en la desnudez, las mujeres visten lo que quieren, en donde quieren a la hora que quieren sin temor a ser violentadas. Recuerdo muy bien que un día fui a nadar al lago con una amiga mexicana que estaba de visita, estábamos sentadas en nuestra manta para pic-nic y después de un rato se animó a quitarse la blusa y el short y quedarse en traje de baño para hacer el no muy largo recorrido necesario para entrar al agua, se refrescó un rato y volvió a donde yo la esperaba y me dice con una gran sorpresa en los ojos: “¡Nunca en mi vida me había sentido tan poco observada!” Así es, es una sensación rara al principio ya que estamos acostumbradas a otra cosa, pero es ¡tan agradable! Nadie te persigue con la mirada mientras te desnuda en sus pensamientos, nadie se atreve a gritarte o decirte nada, nadie se te acerca para preguntarte “¿Por qué tan solita?

Cuando recién llegué a vivir a Suiza, todos mis amigos y conocidos se sorprendían cuando les preguntaba si era seguro para mí hacer ciertas cosas, por ejemplo un día que estaba sola en casa unos amigos me escribieron para invitarme a tomar algo, ellos estaban en un bar a unos 10 minutos a pie de mi casa, eran aproximadamente las 11 de la noche y mi primera pregunta fue: “¿es seguro que vaya caminando a esta hora?” nadie entendía exactamente a qué me refería, hasta que les expliqué que mi duda era si corría algún riesgo.
Todavía no me acostumbro, es muy difícil borrar de la mente todos los miedos y riesgos a los que una mujer está expuesta todos los días en México. Cuando camino de noche hacia mi casa, llevo la llave de la puerta en la mano para no perder tiempo al llegar y abrirla, tengo esta idea de que alguien me va a empujar hacia adentro y me va a atacar, me siento insegura caminando de noche por los callejones alrededor de mi casa, miro constantemente quien viene detrás y camino rápidamente. Es un miedo aprendido e innecesario en el lugar donde ahora vivo.

Un día me fui a bailar con unos amigos (sí, hombres, sin mi marido, por si estaban con la duda), al salir del lugar cada quien tomó camino para ir a su respectiva casa, nadie ni siquiera por un momento pensó en que fuera una mala idea el que me fuera sola caminando a las 3 de la mañana, pero yo sí lo dudé, en fin, no estaba lejos y empecé a caminar tratando de calmarme a mí misma para no sentir miedo, unos diez minutos después llegué a mi casa y recuerdo que me sentía tan libre e independiente que le escribí un mensaje a mi mejor amigo en México y le dije: “La próxima vez que me esté quejando de mi vida en Suiza, recuérdame que me voy caminando sola a mi casa a las 3 de la mañana y que no corro peligro”

Con esto no quiero decir que aquí no pasa absolutamente nada, lo que quiero decir es que no es la generalidad, no es la normalidad el que cada día 10 mujeres sean asesinadas o desaparezcan, ni siquiera se le acerca y estoy convencida de que además de que tiene que ver son un sistema de justicia que funciona, tiene también que ver con la mentalidad de la sociedad, de ambos, mujeres y hombres.
Un claro ejemplo es este: un día fui con unas amigas y amigos a un restaurante bar latino (aquí en Suiza) y por supuesto había muchos hombres y mujeres de Latinoamérica que van a allí a bailar y a conocer gente. Empezamos a bailar entre nosotras -mis amigas- y después de un rato se acerca un chavo (latino) y me pregunta de dónde soy, porque evidentemente no me veo como suiza y después me invita a bailar, a lo que le respondí que no, que se lo agradecía pero que estaba allí para divertirme con mis amigas, se quedó allí a mi lado insistiendo en que bailara con él, le repetí que no, me dijo que sólo 5 minutos, repetí que no, me pidió que bailara con él sólo una canción, le repetí que no y me fui al baño tratando de alejarme de él, cuando regresé, volvió a acercarse y a pedirme que bailara con él “sólo un minutito” a lo que volví a responder que no. ¿Por qué algunos hombres no entienden el NO de una mujer? ¿por qué es tan difícil respetar la voluntad femenina? Esto me ha pasado un par de veces y sólo con hombres latinos, por lo que honestamente –y tristemente- prefiero no ir a bailar a lugares de este tipo, es imposible poder pasar un buen rato, no me siento cómoda, no siento que se respete mi voluntad, tampoco me hacen sentir atractiva ni me eleva el ego, al contrario.

Aquí me siento libre, tranquila, segura, algo que no sentí casi cuarenta años y que me entristece profundamente, no por mí, si no por todas la mujeres que quiero y que me importan y por las que no conozco también y más por las que no tienen idea de que existe otro tipo de vida en la cual las mujeres nos podemos sentir tranquilas. Cuando aún vivía en Chihuahua y había iniciado la famosa guerra contra el narcotráfico incrementando aún más la violencia y generalizándola, recuerdo que un día lloré y grite (literal) que me negaba rotundamente a vivir así, no estaba dispuesta a aceptar que esa iba a ser mi realidad y que nunca iba a poder sentirme segura. Lo recuerdo muy bien, fue como decretar que no estaba dispuesta a vivir así y que me negaba rotundamente a aceptar la violencia como la normalidad. Es sumamente frustrante el tener que acomodar nuestras vidas para sobrevivir en una sociedad violenta, es un estrés constante, preocupación, miedo, ansiedad para estar a salvo y sin embargo nos acostumbramos.

Considero que además de exigir justicia, que se cumplan las leyes, de salir a las calles a manifestarnos, también es necesario que empecemos por tomar consciencia de cómo personalmente reproducimos estos roles que nos mantienen a las mujeres alejadas de la libertad y la seguridad que merecemos, como hombres, deben de cuestionarse qué actitudes tienen diariamente que puedan estar perpetuando este ambiente de violencia ejercida sobre las mujeres, porque no sólo es sobre “otras” mujeres, también es sobre “sus mujeres”, madres, hermanas, primas, amigas, novias, esposas, quiénes tal vez, al igual que yo, no han tenido que vivir una terrible violación y aún siguen vivas, pero sí han tenido que adaptarse para vivir y sobrevivir en una sociedad que las acosa, no las respeta, las manosea, las agrede, las violenta, las minimiza y les quita la vida. ¡No vivimos en libertad! ¡No podemos ser las mejores versiones de nosotras mismas!

Mujeres, también a nosotras nos toca hacer este trabajo de reflexión, debemos de dejar de depositar nuestro valor en nuestra apariencia, en nuestro cuerpo, en cómo llevamos nuestra vida sexual, debemos de rodearnos de gente que nos valore, debemos denunciar, alzar la voz, dejar de ser permisivas, debemos de dejar de repetir patrones que nos perjudican a nosotras mismas, por favor, dejen de pregúntame qué le cociné a mi marido para asegurarse de que sea una buena mujer, no me señalen a cada minuto que mi esposo ya se terminó su bebida, que le traiga más, que le “sirva” con todo el significado que esta palabra conlleva. Eduquemos junto con los hombres  a niños y niñas en equidad.

Tal vez es tan intrínseca esta cultura agresora y violenta que ni siquiera somos conscientes de ella, se evidencia en la música que escuchamos, en los chistes que enviamos, en las imágenes que compartimos, en los comentarios que emitimos, que tal vez debemos de empezar a hacer un ejercicio de “formateo” mental y debemos cuestionarnos por qué hacemos lo que hacemos. Pueden parecer pequeñeces pero quizá  podamos empezar por no apoyar la música vulgar que convierte a las mujeres en objetos, no reenviar imágenes y/o videos pornográficos, no compartir fotografías de personas que han sido violentadas, vulneradas, agredidas y reclamar cuando alguien más lo hace, hay que negarnos a ser violentos y a acostumbrarnos a la violencia, evitemos “piropear” y comernos con los ojos a las mujeres que caminan por la calle, no tengamos preferencia por los hijos varones sobre las niñas ni los tratemos con desigualdad, seamos activos y responsables en nuestros roles maternos y paternos, defendamos a los y las vulnerables, a los que están siendo agredidos, alcemos la voz, no seamos cómplices.

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