Entre canales, arte y algo más


Hace un par de semanas pasamos algunos días en la famosa ciudad europea de la “libertad” como se ha autodenominado Ámsterdam.  Es la capital de los Países bajos, tiene un poco más de novecientos mil habitantes, su casco antiguo está dividido en canales enmarcados por hermosas construcciones angostas con techos adosados pintadas en colores oscuros y contrastantes, además estos edificios tienen algunas de las puertas más bellas que he visto. Es una ciudad que, cada año atrae gran cantidad de turismo por su bella estética de la Época de Oro del siglo XVII, su enorme colección artística, la gran cantidad de museos establecidos allí y porqué no decirlo, su barrio rojo y sus Coffee Shops. 

Pero empecemos desde el principio, volamos de la ciudad de Zúrich hacia Ámsterdam, después de algo más de una hora de retraso, pudimos abordar el avión, allí sentados, se nos informó que no despegaríamos hasta en unos treinta minutos ya que las ráfagas de viento en la ciudad de Ámsterdam eran tan fuertes que mantenían cerradas 5 de las 6 pistas de aterrizaje con las que cuenta el aeropuerto. Finalmente despegamos y tuvimos un vuelo bastante cómodo hasta que el piloto nos informó que sobrevolaríamos el área de la capital de los Países bajos por alrededor de una hora más hasta esperar nuestro turno para aterrizar, por las ventanas veía enormes cantidades de agua, hectáreas de tierra para la agricultura divididas en perfectos cuadros, algunos marrones y otros en variados todos de color verde. Finalmente aterrizamos y pudimos comenzar nuestras vacaciones cortas en esta ciudad. Tomamos el tren hacia el centro, una parada en la estación central, el metro, una corta pero intensa caminata contra extraordinariamente fuertes ráfagas de viento y por fin llegamos al hotel para deshacernos de nuestras mochilas. 
Salimos a explorar sin un gran plan bajo la manga, el viento soplaba tan fuerte que sentía que en cualquier momento iba a salir volando por los cielos como Mary Poppins solo que con menos estilo y con ropa mucho más casual. 

Comenzamos por el casco antiguo de la ciudad, además del viento, era un día nublado un poco melancólico y esto cambia por completo la luz con la que se mira el entorno. Lo primero que llamó mi atención son esos canales angostos y perfectos que corren por las bellas calles de este lugar, un pequeño puente por aquí y otro por allá, todos con sus respectivos candados como lo marca la tradición urbana contemporánea. Sentimos el rigor del hambre así que decidimos buscar un lugar donde refugiarnos un poco del viento y comer algo. Entramos a un tipo pub/cantina en el que un pequeño letrero negro con letras blancas nos anunciaba que vendían comida tradicional hecha en casa, entramos, es un lugar muy antiguo, forrado de madera, con carteles y cuadros decorando las paredes, pisos crujientes, y un pequeño florero sobre cada mesa. Elegimos una, inmediatamente nos dieron la bienvenida y nos ofrecieron algo de beber, pedimos recomendación al mesero y nos describió una sopa típica de la cocina de este país para calmar nuestra hambre, ambos ordenamos lo mismo con la intención también de agarrar un poco de calor, la temperatura allá afuera no era muy baja, pero con el viento se sentía entre siete u ocho grados. 
Mientras platicábamos, observé a mi izquierda, sobre una de las sillas, a un enorme gato, de primera vista creí que no era real, al verlo con detalle nos dimos cuenta de que estaba vivo y disfrutando de su mejor vida allí en la que nos dijeron era la silla exclusiva del gato y en la que rara vez permitía que algún cliente se sentara. Recibimos nuestra comida, era una sopa verde, color que le daba su ingrediente principal, el chícharo (guisantes para que me entiendan los no mexicanos) con trozos de carne de puerco, salchicha y algunos vegetales, estéticamente no era muy linda, pero debo de reconocer que tenía gran sabor, es un de esos ejemplos de la gran comida tradicional que se elabora con los restos y que al unirse dan una gran sensación de hogar, como si la hubiera cocinado nuestra propia abuela. Todo el tiempo tuve un ojo al gato (literal) y otro al garabato, padezco de un rechazo natural a estos animales, así que estuve pendiente de que no se acercara a mí, hasta que pagamos. 

Salimos del lugar y nos dirigimos al Museo Hermitage de Ámsterdam, ubicado a la orilla del río Amstel, se encuentra en un edificio del año 1683 el cuál por muchos años sirvió como residencia de ancianos, desde 2009 alberga a este museo que a su vez es un filial del Museo Hermitage de San Petersburgo, Rusia, por lo que todas las exposiciones que aquí se presentan vienen desde allá. Al llegar notamos el bello edificio, su hermoso patio interior lleno de tulipanes de todos colores y por supuesto, un cartel haciendo referencia al conflicto bélico actual entre Rusia y Ucrania. Es un museo moderno que te lleva a conocer la historia de Ámsterdam a través de pinturas, esculturas, carteles y algunos objetos. En otra área cuenta con una exposición interactiva de arte contemporáneo, tomé un marcador del piso e hice lo propio, escribir un par de mensajes en el suelo y en las paredes como lo proponía el objetivo de la instalación, la idea principal era recolectar opiniones sobre la guerra, la tolerancia, la inclusión. 
Una sección importante del museo está dedicada a la historia colonizadora del Imperio Holandés, cómo se expandió, cuáles colonias fundó, qué tipos de contrabando de mercancías estableció y sobretodo hace énfasis en la venta de esclavos, la trata de personas y la gran desigualdad social que esto trajo consigo. Viniendo de un país colonizado puedo empatizar con el tema, cuando algunas de las colonias se independizaron, cuando se abolió la esclavitud, fue como pretender correr una carrera de atletismo en la que los colonizadores llevan 80 metros de ventaja sobre los esclavizados, la historia nos cuenta que hoy las personas son libres y pueden alcanzar lo que quieran, la meta no está a la misma distancia y esa es una realidad que no debemos de negar. Cabe destacar que en el museo se trata en variadas ocasiones el racismo, cómo la sociedad holandesa está en contra de esto y las muchas veces que han salido a la calle a demostrarlo, Ámsterdam es una ciudad multicultural que aún lucha contra esta terrible herencia. 

Al terminar nuestro recorrido en el museo salimos a caminar sobre el nuevo Monumento Nacional al Holocausto, es un lugar al aire libre construido en formas geométricas de cuatro caracteres hebreos que se traducen como “En memoria de” es un tipo de laberinto de muros de dos metros de alto formados con tabiques y en los cuáles está escrito el nombre de ciento dos mil mujeres, hombres, jóvenes, niños judíos, que fueron asesinados durante el holocausto, si esta cifra te parece aterradora, ahora te cuento que en total eran ciento cuarenta mil judíos los que habitaban en esta región, lo que indica que sobrevivieron sólo un poco más de treinta y ocho mil. Caminar entre estos muros, leer todos estos nombres, sus fechas de nacimiento y defunción, provoca que se sienta aún más el frío, se me “enchina la piel”, vienen a mi mente las imágenes inolvidables de aquella primera vez que visité el campo de concentración Dachau en Alemania y todas las aterradoras cosas que tuve que aceptar como una realidad y dejar de asumirlas como las páginas de un libro o las escenas de una película. 
Empezó a llover, así que caminamos buscando refugio, el granizo comenzó a caer así que ahora era necesario, entramos a un bello edificio muy antiguo en forma de castillo el cuál ahora está convertido en un restaurante. Fue una magnífica sorpresa, el lugar es bellísimo, alumbrado sólo a la tenue luz de las velas, con sus techos de arcos, altos, cúpulas y enormes puertas. Ordenamos un par de cervezas y algo para botanear, platicamos y disfrutamos de nuestra compañía mientras allá afuera el clima fluctuaba entre rayos de sol, lluvia, granizo y fuertes vientos. 

Al detenerse el diluvio salimos de nuevo a caminar por la ciudad, íbamos sin rumbo, tomando un callejón por aquí, otro por allá, cuando le dije a mi esposo: “hay demasiados sex shops por aquí” claro, estábamos a unos pasos del famoso Barrio Rojo. 
Si ya has visitado Ámsterdam, con seguridad sabes de lo que hablo, si no, aquí te comparto una breve descripción del lugar y mis impresiones sobre el mismo. Tal y como nos enteramos durante la visita de ese mismo día al museo, esta ciudad se denomina como la ciudad más libre, en la que se otorga a sus residentes y visitantes la opción de elegir con total libertad y sin mayores ataduras morales (estoy segura de que en mi país los acusarían de libertinaje, pero ese no es el tema a tratar en este momento), el consumo y venta de ciertas drogas, la prostitución, los espectáculos de sexo en vivo, son sólo algunas de las muchas opciones en el menú. Recorriendo esta zona de la ciudad vimos las famosas cabinas rojas en las que se muestran mujeres jóvenes, delgadas, voluptuosas, con rasgos asiáticos, latinos, anglosajones, africanos, de cabello largo, corto, rubio, castaño, lacio, rizado, con pequeñas prendas eróticas, infantiles, colegiales, deportivas, neutrales, transparentes, paradas sobre enormes zapatos altos, algunas sentadas sobre pequeños taburetes, viendo su celular sin prestar mucha atención, otras haciendo señas y saludando a los transeúntes, otras lanzando besos, algunas bailando, todas ofreciendo servicios sexuales desde tempranas horas de la mañana y hasta altas horas de la madrugada. Para mí todo esto era muy surreal, caminaba viendo hacia las vitrinas con curiosidad, pero intentando no fijar demasiado la mirada como si quisiera evitar incomodar a las mujeres o cosificarlas aún más. Caminamos algunas cuadras de esa larga calle y decidimos entrar a un bar para evitar la permanente y suave lluvia, nos sentamos al lado de una ventana grande donde podíamos seguir viendo lo que sucedía en este singular barrio, a esta observación la denominé “trabajo de campo” el cuál serviría para aclarar algunas de las muchas hipótesis que revoloteaban en mi cabeza. Mientras bebíamos una cerveza y veíamos a través de esa gran ventana, hicimos un poco de revisión bibliográfica o más bien dicho “bloguerográfica”, encontramos información muy interesante sobre los inicios de la prostitución en Ámsterdam, cómo funciona actualmente, la protección y derechos que tienen las trabajadoras sexuales en el este país, entre mucho más. Mientras tanto, al otro lado de la ventana y del canal, una de las chicas estaba teniendo una productiva noche, en menos de una hora y media tres hombres habían seguido el siguiente protocolo: acercarse a la vitrina, ella entreabre la puerta de cristal para intercambiar algunas palabras con el interesado, él entra, se ve que le entrega dinero en efectivo, en algunos casos, ella usa la terminal para tarjetas bancarias, cuando el pago está arreglado, ella cierra las largas y rojas cortinas, pasan alrededor de 10 o 15 minutos y el hombre abandona el lugar, ella reabre las cortinas y vuelve a posar para los transeúntes del lugar. 
Es verdad que las sexo servidoras en este lugar tienen derechos y protección que no tienen en la mayoría de los países, pero con la intención de entender esta situación desde una perspectiva un poco más objetiva, enfocándome en el aspecto socioeconómico y sin ser vista a través de un cristal absolutamente moral, hago algunas cuentas, leímos anteriormente que tres grandes magnates holandeses poseen todos los escaparates en este barrio, cobran entre ochenta y doscientos cincuenta euros de renta, dependiendo del lugar y de la visibilidad que tengan, entonces me pregunto, ¿cuántos servicios sexuales tiene que hacer una mujer para obtener una decente retribución económica? Es verdad que ellas pueden fijar libremente el precio que cobran por cada uno de los servicios que ofrecen, empiezan entre los cincuenta o sesenta euros, cuando trato de imaginar las actividades propias de su negocio e intento ponerme un poco en sus altos zapatos, me dan un poco de ñañaras y prefiero renunciar a mis pensamientos. No concuerdo con la idea que expresan algunos, principalmente hombres, que afirma que muchas de estas mujeres son estudiantes que quieren ganarse la vida de manera “fácil” y rápida, que es una manera muy sencilla de obtener buen dinero, que a muchas les gusta lo que hacen, no niego que alguna de estas hipótesis pueda ser verdad, pero me pregunto sobre la cantidad de mujeres que están en esta situación y cuántas no tienen otra mejor opción. Además, me molesta esa lectura entre líneas que dice que a las mujeres no nos gusta trabajar, nos gusta obtener el dinero de manera fácil. 
En nuestra revisión bibliográfica rápida descubrimos que cada cabina cuenta con un botón de alarma conectado al resto de las cabinas, que si una mujer lo presiona, llegarán en segundos cientos de mujeres a defender a la afectada, algunas mujeres cuentan con servicios de seguridad privados, son hombres fuertes y grandes vestidos de negro que caminan casualmente por fuera de las cabinas y están al pendiente de la integridad de las trabajadoras y ahora lo que pienso no es sólo en su seguridad, sino en los muchos gastos adicionales que su labor implica y lo menos redituable que se vuelve. 
Dejando de lado el oficio más antiguo, en esta ciudad existen otras ofertas más escandalosas como los teatros de sexo en vivo, las cabinas donde se puede observar ya sea a mujeres desnudas bailando o a parejas teniendo relaciones sexuales, debo confesar que aún no logro resolver cierto conflicto existencial que todo esto me ha traído, reafirmo, no se trata de una disputa moral, tiene más que ver con la desigualdad, la injusticia social.

En mi opinión, a esta ciudad no la define su Barrio Rojo, pero sí la cantidad de museos, historia, arquitectura y arte que la constituyen, al día siguiente visitamos el Museo de Vincent Van Gogh, el MOCO, dedicado al arte moderno y contemporáneo,  el Museo Rijks, la villa histórica Van Loon, el Eye Museo de cinematografía, dimos un tradicional paseo por bote y admiramos desde el agua la impresionante arquitectura tanto antigua como contemporánea, apreciamos algunos edificios de arquitectos reconocidos como Renzo Piano, Kurosawa, entre otros. El viaje en bote es una de las mejores maneras de conocer la ciudad desde otra perspectiva, llevábamos una audioguía que nos narraba sobre los edificios más icónicos del lugar, su historia, yo iba haciendo anotaciones sobre lo que me gustaría conocer más a fondo o visitar, algunas de las desventajas de pasear por esta bella capital es la presencia frecuente de grandes grupos de personas que andan de fiesta, te los encuentras por las calles, en los bares, en el metro, etc., a veces en condiciones menos deplorables que en otras, pero lo que me molestó fue tener que compartir con ellos mi tan esperado viaje en bote, no me permitían escuchar las narraciones de la audioguía. Pasamos por el exterior de la casa en la que estuvo escondida Ana Frank por más de dos años junto con algunos miembros de su familia, lamentablemente no pudimos visitar este museo ya que los boletos se venden con dos meses de anticipación y en ese tiempo aún no sabía que viajaríamos a esta ciudad. Algo que captó completamente mi atención fue el enorme estacionamiento para bicicletas que está a un lado de la estación central, ¡Nunca había visto tantas bicicletas en mi vida! Eran pisos y pisos en un edificio de concreto, repletos de bicis, filas interminables, aún me pregunto si las personas no tendrán dificultades para identificar sus propias bicicletas. 
Bajamos del bote y recorrimos a pie las hermosas calles, puentes, visitamos un par de queserías y compré los obligados tulipanes con la esperanza de verlos crecer en casa. 

Soy una mujer de vejiga débil, así que visito con frecuencia los baños públicos, fue muy agradable encontrar que en muchos establecimientos utilizan una señalética no binaria para identificar los sanitarios, recorriendo algunos callejones llegamos al barrio de la comunidad LGTBI Q+ la cual es de lo más agradable para visitar, lleno de coloridas banderas, con un ambiente amigable y festivo, nos detuvimos en un pequeño bar para beber una cerveza. Hacíamos un recuento del viaje, de lo aprendido, de las experiencias, mi esposo no es muy afín a los museos de arte e hizo un muy reconocido esfuerzo por acompañarme, lo mejor de todo fue verlo cuestionar lo que veía, criticar la esencia de algunos cuadros, interesarse en el contexto histórico, involucrarse, para mí fue una de las mejores experiencias que me ha dejado el arte y esta ciudad. Algo que llamó nuestra atención es que está prohibido consumir bebidas alcohólicas en las calles, esta situación nos es familiar por haber vivido en el norte de México, pero no lo esperábamos de Ámsterdam, el olor a mariguana (o CBD, no lo sé, no soy experta en el tema) estaba presente constantemente, desde tempranas horas de la mañana, la facilidad con la que se pueden comprar drogas, hongos en esta ciudad es la misma con la que se compra chocolate en Suiza. Continuando con mi “trabajo de campo” quise entrar a una de las famosas Coffee Shops, en las cuáles, por si no lo saben, no venden únicamente café. Son establecimientos para la venta y consumo de hachís y marihuana en diversas presentaciones como cigarros, pastelitos, brownies. Dentro de estos pequeños lugares se puede permanecer solamente ocupando alguno de sus asientos, no se permite quedarse de pie, si no hay lugares disponibles, entonces te ofrecen sus productos para llevar. Mi idea era entrar a uno de estos lugares, beber una cerveza y fumarme un cigarro de tabaco (regular) mientras observaba lo que pasaba allí, pues resulta que dentro de estos lugares ¡no se permite el consumo de alcohol y tampoco fumar tabaco! Aún me siguen causando algo de gracia estas normas. 

Así pasó un día más de nuestro corto viaje a esta bella ciudad, la noche cayó y nuestros pies resentían las largas caminatas, era nuestro aniversario de boda, así que hicimos reservaciones para cenar en un lindo restaurante tradicional, está ubicado en un edificio muy antiguo con unas vistas hermosas a uno de los muchos canales de la zona. Ordené pescado y vino blanco para celebrar y recordar un año más juntos, repasamos un poco el día en el que celebramos la fiesta para celebrar nuestro matrimonio y brindamos por el tiempo juntos.

Al día siguiente, quisimos aprovechar para pasear por estas bellas calles una vez más, comimos unas ricas bolas fritas rellenas de papa o verduras llamadas “Stamppot” las cuáles son muy tradicionales aquí además de deliciosas.  Recorrimos un bello barrio con múltiples pequeñas tiendas artesanales, el mercado e hicimos algunas compras, somos fanáticos de los Stroopwafel, son como una especie de galleta delgada con formas similares a las de los waffles y tienen una deliciosa capa tipo cajeta, así que entramos a una tienda a surtirnos con varios paquetes de estos dulces para calmar nuestro antojo cuando estemos de vuelta en casa. Camino a la estación compramos las tradicionales papas fritas en cono, no podíamos dejar esta capital sin degustarlas.

Me llevo una gran experiencia, pero debo confesar que no estoy segura de volver, a Holanda, definitivamente, a Ámsterdam, no lo sé.


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