Caminatas Alpinas
Aún siento el ardor en mis músculos y ese inquietante
temblor de piernas que queda después de empujar al límite la escasa condición
física. Todo empezó con una inocente invitación para celebrar el cumpleaños de
un amigo, su idea de festejo incluía una larga excursión por los Alpes suizos
(Alpstein), pasar la noche en una posada y al siguiente día retomar la caminata
para volver a casa. Al principio pensé lo extraño que era que alguien quisiera
festejar de esa manera su cumpleaños y mi segundo pensamiento fue que caería
derrotada en el intento. Desde que vivo en Suiza me he fijado como meta
intentar, sí, intentar, aceptar nuevos retos, degustar nuevos sabores, aceptar
las diferencias y tolerarlas, así decidí unirme al festejo y empaqué la mochila.
Empezamos el sábado muy temprano por la mañana, en un
intento por no quedarme tirada de cansancio a medio camino, mi ruta inició tomando un teleférico hacia lo
alto de una montaña para allí encontrarme con el resto del grupo que la subiría
caminando. Entonces inició la aventura para mí, empezamos a caminar por
angostas veredas, la belleza apabullante de las montañas mezcladas con el
bosque, esos hermosos y azules lagos a lo lejos y las pequeñas flores decorando
los caminos son verdaderamente difíciles de describir. Es fácil sentirse dentro
de un sueño y entonces la perfección de la naturaleza empieza a hacer efecto,
lentamente te conviertes en un mejor pensador, en filósofo amateur tratando de
descifrar la diminuta posibilidad de que realmente me encontrara allí, en medio
de tanta belleza.
Las primeras dos horas fueron fáciles, trataba de
concentrarme en el camino, de colocar mis pasos firmes entre las rocas y no
resbalar, de vez en cuando me detenía para poder apreciar los colores, los
sonidos, los olores. Subimos y bajamos angostos caminos por alrededor de 4
horas cuando nos tomamos una pausa, hicimos un pic nic en una planicie a lo
alto de una montaña, trataré de describirles la vista; verde césped
condimentado con todo tipo de diminutas flores alpinas, a mi izquierda una
caída de un poco más de mil metros y al fondo un lago acompañado de típicas
cabañas de la región, a mi derecha montañas aún más altas con sus enormes picos
forrados de blanca nieve, frente a mí otro pico montañoso que enmarcaba el
paisaje. Comimos un par de sándwiches, nueces, frutas, descansamos por unos
minutos las piernas y retomamos el sendero.
Ya empezaba a sentir el gran esfuerzo que hacían mis
músculos por mantenerme en movimiento, los caminos inclinados eran los más
pesados, me temblaban las piernas y sentía que algo arriba de mis rodillas iba
a explotar. También entendía que no tenía opción, tenía que seguir caminando.
Llegamos a un punto de la ruta donde ya sólo se trataba de bajar hacía el lago
donde se encontraba la cabaña que nos acogería por esa noche. Pensé que la
bajada no sería ningún problema para mi condición física, pero me equivoqué,
podía sentir el enorme esfuerzo que hacían mis pobres piernas por recibir el
peso de mi cuerpo y además el de mi mochila tras cada paso, a lo lejos podía
ver la meta y era hermosísima pero el ardor que sentía lentamente opacaba su
belleza.
Eventualmente lo logré, habíamos llegado, aventé la mochila
y me senté tratando de recuperarme, bebí algo fresco y trataba de mantener mis
piernas con un poco de movimiento y estiramientos para aminorar el dolor, creo
que nunca había sentido algo así, por lo mismo, tampoco tenía idea de que me
ayudaría a sentirme mejor.
Tomamos un descanso de aproximadamente cuarenta minutos en
un restaurante/pensión cercano al lago y entonces debíamos continuar el camino
que nos llevaría al lugar donde pasaríamos la noche. Caminamos alrededor de
veinticinco minutos en una vereda plana a la orilla del lago, a pesar de ser el
tramo más sencillo de andar, el cansancio en mis piernas se sentía como si
fuera escalando aún las montañas. Finalmente llegamos, el lugar consta de un
pequeña casita de madera muy típica de la región, un antiguo establo convertido
ahora en pensión, sube una angosta y rústica escalera de madera y allí arriba
hay dos grandes filas de colchonetas alineadas a lo ancho del establo, cada una
con su pequeña almohada y una cobija. Es un lugar algo obscuro que me recuerda
la historia de Anita la Huerfanita, imagino que así se vería el orfanato donde
ella vivía. Al lado del establo había otra pequeña casita de madera donde
ordeñan a las cabras, todas blancas con pelaje largo, labios rosados y ojos
casi transparentes. Me sentía en un cuento, imaginaba que así vivía Heidi al
lado de su abuelo despertando cada mañana con la belleza de las montañas y los
verdes pastizales escuchando el tintineo de los cencerros.
Elegimos colchoneta, aventamos los zapatos y bajamos para
sentarnos en las bancas dispuestas para los clientes. Los anfitriones son una
pequeña familia con dos niños rubios como el sol, se dedican en los veranos a
hacer queso y otros productos derivados de la leche de cabra, así como a rentar
las colchonetas en el establo a los caminantes que recorren las montañas
durante el buen tiempo. A las siete de la tarde nos ofrecieron una cena típica
de la región, coditos con queso y cebolla frita acompañados con mousse de
manzana y para beber un jugo tradicional de manzana fermentada. Todo a mi alrededor era como una
bello cuento perfectamente bien ilustrado, sólo que el inmenso dolor muscular
que sentía en ese momento empezaba a nublar el sueño.
Alrededor de las diez de la noche obscureció, fue entonces
cuando tomamos nuestros lugares en aquel antiguo establo iluminado con las
luces de nuestros celulares y tratando de acomodarnos entre las colchonetas y
las diminutas almohadas. No fue mi mejor noche, entre el intenso dolor en mis
piernas y los ronquidos ajenos me fue difícil descansar, opté por escuchar un
par de capítulos del audio libro ¨Niebla¨ de Miguel de Unamuno para que me
ayudara a relajarme y encontrar el sueño, éste último llegó a eso de la una de
la madrugada.
Desde muy temprano empecé a escuchar el campaneo de las cabras,
bajé para tomar el aire fresco de la mañana y ayudarme a despertar, la mujer ya
acarreaba garrafas de leche recién ordeñada y preparaba el desayuno para sus
inquilinos, se nos ofreció pan, queso fresco, mermelada, mantequilla, café, té
y por supuesto la leche de cabra, todo hecho en casa y puesto sobre una larga
mesa de madera bajo el cálido sol. Yo sentía mis piernas fuertes de nuevo y
estaba lista –no tenía más opción- para caminar de regreso a casa.
No voy a ser más largo el relato, el retorno fue simplemente
cansado, el sol pegaba fuerte y constante, a las pocas horas de andar me di
cuenta de que mis piernas se sentían débiles, cansadas y temblorosas, pero no
podía hacer más que caminar y seguir haciéndolo.
Ahora que lo pienso en retrospectiva, ¡no tengo la más
mínima idea de cómo lo logré! A veces me pregunto si en realidad estuve allí,
si aquellos hermosos paisajes no fueron parte de mi imaginación, me cuesta
trabajo creer que yo, mujer citadina y prácticamente fuera de condición física
haya logrado caminar alrededor de doce horas entre las montañas Suizas. El
dolor muscular y mis piernas cansadas son prueba de mi logro, en su momento
juré que no lo volvería a hacer, que era demasiado para mí, pero si me lo
preguntan ahora no me queda duda de que pronto estaré cargando nuevamente la
mochila sobre mis hombros.
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