Viaje al fin del mundo


Recorría un largo camino bajo el cielo estrellado en una noche despejada. Ella me había sugerido que ahora trabaja en “el fin del mundo” y supuse que era una exageración. Avanzaba cientos de metros y tenía esta curiosa sensación de no llegar jamás. A ratos suponía que ya había perdido el camino correcto y me dirigía a otro lugar. El alumbrado público dejaba de ser parte del  contenido urbano, en sí, la zona urbana, puedo decir que, había terminado. A lo lejos, percibía la inmensidad de un cielo profundamente negro con miles, millones de estrellas colocadas al azar. Sentía como me alejaba cada vez más de lo cotidiano, rutinario, y me sumergía en la soledad del universo, eso sí, sobre las cuatro ruedas de mi auto.
Terminó el camino pavimentado y debía recorrer algunos metros más sobre tierra y piedras. Sentí la necesidad de hacer una llamada telefónica para asegurarme de que me conducía por la vía correcta y así era. Subió al auto, nos abrazamos con gran entusiasmo, como cada vez que tenemos el privilegio de compartir el tiempo y el espacio y tomamos el camino de regreso. Hablábamos, emocionadas, sobre nuestros días laborales, los acontecimientos más relevantes y la idea de tener una gran noche de amigas. Imprevistamente, el cielo imponente con sus millones de estrellas se implantó sobre nuestros ojos, no pudimos dejar de gritar al unísono: “¡la viste!” “¡fue maravillosa!” Nos sentíamos tan conmovidas, una bella y larga estrella fugaz nos había elegido como espectadoras, recorrió algunos metros, miles, tal vez millones, frente a nuestros incrédulos ojos. Así, imprevista, Iluminó por segundos nuestra percepción de la naturaleza, del universo, de la vida y nos recordaba cuán importante es alejarse de lo ordinario para apreciar lo singular. Sí, era una simple estrella fugaz, tan simple, que nos alegró el corazón.



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