Cuarenta y cuatro años después.


No es mero romanticismo recordar una fecha como el dos de octubre de 1968. Algunos consideran que la melancolía de los ya no tan jóvenes rebeldes de aquella generación impulsa los eventos actuales que intentan evitar que una fecha tan significativa para México y el mundo, se limite a los archivos históricos. En definitiva, el movimiento estudiantil de 1968 provoca un rompimiento y reestructuración en el sistema educativo, social y político de este país. La educación contemporánea no se puede entender sin antes haber analizado todos los cambios que se generaron tras la matanza perpetuada por el ejército mexicano en la Plaza de las Tres Culturas en La Ciudad de México.
Los que pertenecemos a otras generaciones, con frecuencia, no logramos entender la transformación ideológica de los jóvenes actuales, su individualismo y hasta cierto punto apatía hacia los acontecimientos nacionales e internacionales. Creo, que somos muy duros al emitir juicios, fuimos educados de manera distinta en forma y fondo. Después de que sucediera la terrible matanza del dos de octubre, el sistema educativo se transformó, evidentemente no fue una casualidad, tuvo una causalidad. Las preparatorias eran semillero de pensadores críticos y bajo la excusa de la exagerada demanda de oportunidades educativas, se creó el Colegio de Bachilleres en 1973, el cual tiene como objetivo principal formar para el trabajo. Los que estudiamos en este tipo de instituciones conocemos como funciona este sistema basado en la individualidad disfrazada de trabajo en equipo. Cada semestre cambian nuestros compañeros de clase e impiden en gran medida que se generen lazos entre los jóvenes, más allá de los educativos. El conocimiento universal se ve suplantado por el “necesario” para generar futuros trabajadores con capacidades técnicas. Nos han enseñado que el conocimiento debe tener aplicación práctica, por lo tanto, conocer de literatura, artes en general, filosofía, es un desperdicio de tiempo y esfuerzo. Los avances tecnológicos también han tenido su aportación en esta nueva estructura social, la comunicación impersonal ha suplantado en, gran medida, al contacto humano y por lo tanto ha enfriado tanto la empatía como las relaciones humanas en general. ¿Tenemos más contacto?, sí, ¿nos sentimos más cercanos?, al menos por mi parte, la respuesta es negativa.
Es indignante como los medios masivos de comunicación despiden constantemente el odio hacia el manifestante, el huelguista y sientan en tronos superficiales a políticos corruptos y primeras damas que reafirman el sueño propuesto por la telenovela. ¿Es esta la realidad que los jóvenes desean?, lo dudo. Sin embargo, no conocen otra y no son totalmente culpables de ello. Todos somos producto del entorno social, cultural, económico y político. Es verdad que hoy contamos con muchas más herramientas, pero la pregunta fundamental es si nos han enseñado a usarlas a nuestro favor. 
Considero que el movimiento estudiantil de 1968 trajo mucho más que muerte, fue un claro ejemplo de lo que el estado era capaz de hacer con la finalidad de mantener la estabilidad, si se le puede llamar así. Muchos que alguna vez tomamos las calles sabemos el temor que se siente al ver francotiradores y granaderos a nuestro alrededor y conocemos también de lo que son capaces y este no es un temor infundado, es un mensaje enviado y recibido por generaciones. El recordar esta fecha tan dolorosa para muchos es necesario, como necesario es también entender que el miedo no debe paralizar. 
Para aquellos que se preguntan cuál es la finalidad de las protestas y marchas en las calles, les recomiendo voltear a ver a Europa, siempre un paso adelante de nuestro continente. Solidario, firme y decidido a defender lo defendible y lo que es justo. Yo tengo una simple propuesta, dejemos de enjuiciar al manifestante, al pensador crítico, al que de una u otra forma ha decidido hacer algo y enfoquémonos en perseguir al delincuente, al corrupto, al que en verdad está destruyendo lentamente nuestro país y al que olvidamos fácilmente. 
Me quedo con el aire fresco que emite el movimiento “Yo soy 132” -el cuál, debo reconocer me llenó de esperanza- y con la imborrable frase: “Dos de octubre, no se olvida”. 





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