Ausencias y recuerdos


Recuerdo esos muros en casa de mi abue Trini, forrados de piedras brillantes que daban forma a animales, nubes, caras. Una Navidad recibí un piano en forma de dinosaurio color azul, el de mi prima Alba era igual, pero de otro color, supongo que para evitar envidias. Aún veo a mi querida tía Avelina sonriendo con nosotras por la forma en que tocábamos el “piano”. Es uno de los más antiguos recuerdos que conservo, tal vez yo tendría 6 o 7 años. Ella me permitió conocer la mezcla singular de la rudeza y el amor, su trato nunca dejó de ser amoroso y a la vez peculiarmente acompañado de alguna crítica, generalmente bastante chistosa. Muchas veces recorrí Aldama al caminar de su casa a la de mi abuela, muchas veces atravesaba la plaza por simple gusto y otras iba acompañada de la mano de mi tía. 
Pocas personas me han hecho reír tanto como ella, en realidad creo, que ninguna de ese modo. Su manera llena de vida de contar alguna anécdota, con movimientos de manos, cabeza, ojos, señales obscenas, palabras fuertes y gritos sorpresivos. 
Algunos años después, la visitaba por la mañana después de trabajar, aunque la hacía salir de la cama más temprano me recibía con un café con aroma a canela y tamales de rajas con queso. Nunca me han gustado esos tamales, pero a mi tía Avelina no se le podía rechazar algo de comer. Me ofrecía uno de sus cigarros delgaditos y mentolados, sólo una vez acepté fumarme uno y me mareé tanto que todavía recuerdo esa desagradable sensación. Platicábamos por horas que se hacían minutos, reíamos, o al menos yo sí, a carcajadas. Llegaba la hora de la comida y seguíamos compartiendo aventuras y sonrisas, generalmente al lado de un buen plato de comida china.
A pesar de que tenía establecido un apodo para cada ser vivo que pasara por enfrente de ella, yo no recuerdo uno en particular para mí. Cada vez que me quería hablar por mi nombre, mencionaba a todas las sobrinas de la familia Medrano hasta poder decir el mío.  
Sus detalles son de esas pequeñas cosas por las que a veces las personas se quedan en la mente de otras personas. Sus tarjetas de regalo coloridas, con calcomanías y dibujos, con su inigualable e inolvidable letra perfecta toda en mayúsculas es sólo uno de ellos.
Desde el domingo pasado la veo en todas partes, en todas las personas.
En todo el transcurso de mi vida, mucho me han dicho que tengo un gran parecido con mi tía Lucila y la forma de hablar de mi tía Avelina, heredé esa carencia para controlar las majaderías y la habilidad para escupirlas naturalmente. Nunca antes me había sentido tan orgullosa de esa herencia como hasta ahora. 
Eres una mujer inigualable, así es, “eres” porque sigues aquí, entre los que más te queremos. 
Te amo tía y estoy segura de que lo sabes. 
DEP












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