Mi iniciación a la lectura
Los recuerdos más tempranos me llevan a una colección basta de cuentos infantiles que compartía con mi hermana mayor, incluía los clásicos como Caperucita Roja, Los tres Cochinitos, Hansel y Gretel; mi preferido era Alí Babá y los 40 Ladrones, siempre me impresionó la forma en que abrían la cueva. Puedo afirmar que la lectura nunca fue un hábito enraizado en mi familia, mi padre –quien era el único lector regular en la casa- poseía una colección, ante mis ojos, interminable de revistas Proceso la cual guardaba con recelo ante los reniegos de mi madre la cual argumentaba que ocupaban mucho espacio.
También recuerdo un librero con lo más novedoso en ese momento sobre política mexicana, estoy hablando de los años ochentas cuando La Tigresa era la sensación junto con la esposa de José López Portillo con sus viajes a El Vaticano y sus gustos estrafalarios. Curiosamente para una niña-adolescente empecé a interesarme por lo libros que leía mi padre y lo cuales de vez en cuando le producían carcajadas monumentales, el primer libro que tomé y terminé en un lapso bastante corto fue A calzón Amarrado escrito por Irma Serrano alias la Tigresa y Elisa Robledo, ahora que lo pienso no encuentro una razón por la que me haya interesado tanto, creo que se debía a la portada la cual mostraba el rostro de una mujer de ojos enormes con un lunar negro al centro de la frente (Irma Serrano). Continué interesada en esos pequeños libros que parecían hasta cierto modo infantiles por las imágenes que contenían sus portadas y me acerqué a Lo Negro del Negro Durazo, aún conservo claramente la imagen de tres hombres que pareciera que se encontraban en su propia graduación y algunas letras color naranja anunciando el título del libro, me fue imposible resistirme a esa portada llamativa y esto se convirtió en mi acercamiento oficial a la política mexicana de los años ochentas. Entre varios escritos de crítica y revelaciones sobre la afamada política de la época, me fui apoderando de la colección de revistas de mi padre, las cuales hojeaba y leía con mucha paciencia e interés, ahora que lo pienso esa colección no era otra cosa más que un tipo de tesoro que reunía los sucesos más importantes de México y la cual debo reconocer, terminó por ser regalada.
También recuerdo un librero con lo más novedoso en ese momento sobre política mexicana, estoy hablando de los años ochentas cuando La Tigresa era la sensación junto con la esposa de José López Portillo con sus viajes a El Vaticano y sus gustos estrafalarios. Curiosamente para una niña-adolescente empecé a interesarme por lo libros que leía mi padre y lo cuales de vez en cuando le producían carcajadas monumentales, el primer libro que tomé y terminé en un lapso bastante corto fue A calzón Amarrado escrito por Irma Serrano alias la Tigresa y Elisa Robledo, ahora que lo pienso no encuentro una razón por la que me haya interesado tanto, creo que se debía a la portada la cual mostraba el rostro de una mujer de ojos enormes con un lunar negro al centro de la frente (Irma Serrano). Continué interesada en esos pequeños libros que parecían hasta cierto modo infantiles por las imágenes que contenían sus portadas y me acerqué a Lo Negro del Negro Durazo, aún conservo claramente la imagen de tres hombres que pareciera que se encontraban en su propia graduación y algunas letras color naranja anunciando el título del libro, me fue imposible resistirme a esa portada llamativa y esto se convirtió en mi acercamiento oficial a la política mexicana de los años ochentas. Entre varios escritos de crítica y revelaciones sobre la afamada política de la época, me fui apoderando de la colección de revistas de mi padre, las cuales hojeaba y leía con mucha paciencia e interés, ahora que lo pienso esa colección no era otra cosa más que un tipo de tesoro que reunía los sucesos más importantes de México y la cual debo reconocer, terminó por ser regalada.
Empecé a interesarme en libros un poco más extensos y literarios y fue cuando entró en escena Luis Spota, unos de mis autores favoritos en ese momento, leí aproximadamente siete libros de su autoría entre los que recuerdo: Murieron a Mitad del Río, Casi El Paraíso, Ugo Conti –el cuál fue uno de mis preferidos por la capacidad de manipulación que plasmaba en el personaje principal-, La Plaza –el cual me ayudó a posteriormente entender uno de los capítulos más dolorosos de nuestra historia-, Palabras Mayores y Las Horas Violentas. Mi mayor hallazgo fue un día darme cuenta de que había leído todos los libros de Luis Spota que tenía mi padre en ese alto y café librero y que mi tío menor tenía también una gran colección del mismo autor mexicano en su estancia, recurrí a él para continuar con mi lectura y obsesión “Spotaniana”. Entonces pasé a las historietas, encontré en el fondo del mueble principal del cuarto de la televisión un libro muy alargado y delgado con un extraño color lila que explicaba el materialismo histórico a través de simples y muy entretenidas tiras en las que resaltaba la imagen de Carlos Marx, es una colección de marxismo en historietas – la cual todavía conservo – realizada por Miguel Ángel Gallo y muy bien complementada por el materialismo dialéctico y finalizaba con socialismo; entonces llegué automáticamente a El Manifiesto del Partido Comunista. Para estos años ya estaba cursando la carrera profesional e iniciaban mis participaciones como activista, por supuesto que los libros e historietas leídos fueron una especie de catapulta hacía la acción.
Trabajando como encargada de una pequeña escuela de yoga local fue como me adentré en el mundo de autores como Hermann Hess; encontré en un pequeño cuarto donde se guardaban los artículos de limpieza un delgado y blanco estante en el cual se sostenían varios libros empolvados; le propuse a mi entonces jefa que los clasificaría y acomodaría para que los practicantes de yoga pudieran tener acceso a ellos como en una especie de biblioteca, tardé varios meses en llevar a cabo la clasificación ya que pasaba las tardes enteras acompañada de El Lobo Estepario, Demian y Siddhartha. Posteriormente me adentré en la poesía la cual me impulsó a la escritura, esa poesía libre, cercana, sensible y rebelde que me recitaban escritores como Jaime Sabines y Mario Benedetti; recuerdo que subía a la azotea de mi casa por las noches a leer acompañada de una pequeña lámpara de baterías, algunos años después lo denominé “platicar con la noche”, estos momentos se convirtieron en un espacio para encontrarme, reencontrarme y ante todo de expresión ya que me permitían por medio de la escritura leer mis propios miedos, angustias, temores y felicidades para su reflexión.
No puedo dejar de mencionar a autores que me enseñaron sobre la vida cotidiana como Jorge Ibargüengoitia o el responsable de mi deseo aún no cumplido de viajar a Praga, Milan Kundera quien con La Insoportable Levedad del Ser y El Libro de los Amores Ridículos me dio mis primeras lecciones de amor.
La lectura fue y sigue siendo una ventana que me permite asomarme a otras, algunas veces más otras menos parecidas a las de mi vida, no sólo me adentra en experiencias ajenas sino que además me permite hacerlas mías, saborearlas, olerlas y sentirlas. Ofrece la posibilidad de conocer y entender el mundo a través de los ojos de alguien más y los propios. Es el viaje continuo que desemboca en la escritura y la creación propia.
Trabajando como encargada de una pequeña escuela de yoga local fue como me adentré en el mundo de autores como Hermann Hess; encontré en un pequeño cuarto donde se guardaban los artículos de limpieza un delgado y blanco estante en el cual se sostenían varios libros empolvados; le propuse a mi entonces jefa que los clasificaría y acomodaría para que los practicantes de yoga pudieran tener acceso a ellos como en una especie de biblioteca, tardé varios meses en llevar a cabo la clasificación ya que pasaba las tardes enteras acompañada de El Lobo Estepario, Demian y Siddhartha. Posteriormente me adentré en la poesía la cual me impulsó a la escritura, esa poesía libre, cercana, sensible y rebelde que me recitaban escritores como Jaime Sabines y Mario Benedetti; recuerdo que subía a la azotea de mi casa por las noches a leer acompañada de una pequeña lámpara de baterías, algunos años después lo denominé “platicar con la noche”, estos momentos se convirtieron en un espacio para encontrarme, reencontrarme y ante todo de expresión ya que me permitían por medio de la escritura leer mis propios miedos, angustias, temores y felicidades para su reflexión.
No puedo dejar de mencionar a autores que me enseñaron sobre la vida cotidiana como Jorge Ibargüengoitia o el responsable de mi deseo aún no cumplido de viajar a Praga, Milan Kundera quien con La Insoportable Levedad del Ser y El Libro de los Amores Ridículos me dio mis primeras lecciones de amor.
La lectura fue y sigue siendo una ventana que me permite asomarme a otras, algunas veces más otras menos parecidas a las de mi vida, no sólo me adentra en experiencias ajenas sino que además me permite hacerlas mías, saborearlas, olerlas y sentirlas. Ofrece la posibilidad de conocer y entender el mundo a través de los ojos de alguien más y los propios. Es el viaje continuo que desemboca en la escritura y la creación propia.
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